domingo, 28 de febrero de 2010

Reformar el trabajo.

Desde que recuerdo, el espinoso asunto de la "reforma del mercado laboral" parece ser uno de esos temas cíclicos, al igual que el refrán acerca del mes de Septiembre dice: "o seca las fuentes, o se lleva los puentes". (Por cierto, también hay otro que dice "Septiembre y Marzo, ventoleros ambos"). Hay argumentos, opiniones o análisis para todos los gustos y tendencias, y parece que este es uno de esos temas en los que sea cual sea la decisión, difícilmente contentará a todos.

Que el actual sistema del mercado laboral necesita reformas, es una afirmación compartida por la mayoría. La discrepancia está, obviamente, en cuáles deben ser y qué medidas deben abordarse. Difícilmente coincidirá la visión proteccionista de los sindicatos con la más liberal de los empresarios e igualmente habrá de tenerse en cuenta cómo se preservan y protegen los derechos sociales que nuestro sistema tiene la obligación de ofrecer y que se generan del propio trabajo.

En medio de todo este debate técnico y político, hace bastante tiempo que tengo la impresión de que hay un importante sustrato que no se está teniendo en cuenta en la medida que, estimo, sería necesaria y que puede darnos pautas acerca de cuáles deben ser los objetivos hacia dónde debería confluir un nuevo modelo de relación laboral, lo que seguramente ayudará mucho a plantear las medidas.

Por ejemplo, se afirma que hay un bloque de empleo de personas que llevan muchos años en el mercado laboral, con sueldos y despidos altos, que actúan de tapón para las generaciones jóvenes, en su mayoría con mejor preparación académica, abocadas a empleos precarios y escasas posibilidades de ascenso profesional, con las repercusiones personales y sociales que todos conocemos.

Por otro lado, experiencias como las prejubilaciones o despidos masivos de personas de ese primer perfil, cuyos puestos no se han cubierto o se han sustituido por personas jóvenes, con sueldos y condiciones sensiblemente peores, han causado una enorme pérdida de “capital y conocimiento humanos” en sectores y empresas en las que el trato y la atención al cliente son las claves del negocio. ¿Cuántas veces hemos oído la frase: “en mi banco ya no me conocen”?.

En definitiva, mi pregunta es: ¿no sería mejor definir cuál es el modelo de trabajo que queremos, para después poder implementar las medidas adecuadas?. El punto de partida debería estar, entonces, en el análisis de los aspectos que deberían mejorarse, utilizando una mentalidad abierta para plantear estrategias innovadoras: ¿y si lo viéramos desde el punto de vista de la persona?.

Hay estudios, como el de Sylvia Ann Hewlett, en los que se pone de manifiesto que se pueden conciliar los intereses y expectativas de las diferentes generaciones que coexisten hoy en las empresas, porque coinciden en lo fundamental. Sus resultados indican que las ideas básicas son:
- Un entorno laboral con compañeros de calidad.
- Disponer de un trabajo flexible.
- Poder disfrutar de nuevas experiencias profesionales y personales.
- Perspectivas de crecimiento y reconocimiento para los jóvenes.
- Autonomía en las tareas y entorno estimulante para los más mayores.

Leyendo esto, y después de hacer una pequeña búsqueda totalmente empírica, creo que coincide perfectamente con lo que las empresas desearían tener, y que podría resumirse en lo siguiente:
- Trabajadores cualificados y preparados.
- Comprometidos con el proyecto empresarial.
- Con espíritu creativo e innovador.
- Productivos y que aporten valor añadido y competitividad.
- Ambiente laboral estimulante, estable y cooperativo.

Como apuntaba antes, yendo más allá de debates acerca de asuntos como el coste que -para ambas partes- suponen aspectos como el despido, sugiero que nos centremos en definir cuál es el modelo de relación laboral que queremos tener. El modelo de empresa está cambiando porque nuestro entramado social, económico y cultural está evolucionando a pasos agigantados hacia modelos más sostenibles, mientras que los sistemas de relación laboral siguen pautas que vienen prácticamente de la revolución industrial y coexisten sistemas como la función pública, dónde la medida de la eficacia y la productividad parecen estar ausentes o ser inabordables, con la empresa privada, donde son guía y vara de medida.

Y sostenible, hoy, significa mucho más que medioambientalmente respetuoso, también supone serlo en la relación laboral y que el trabajador -¿no lo somos todos?- sea artífice efectivo de los cambios que le tocan. Cambiar el presentismo y las jornadas interminables, por la evaluación de las tareas efectivamente realizadas, supone cambiar la simple medida del desempeño por un sistema de retroalimentación que permita a ambas partes ver dónde se está fallando y cómo corregirlo y dónde se acierta y cómo conservarlo y potenciarlo; o tener muy presente que aspectos como la responsabilidad social corporativa o la conciliación no deben ser meros añadidos, sino estar totalmente inmersos en el modelo de relación entre la persona y la empresa y, lo más importante, que significan que ambos debemos adoptar actitudes de responsabilidad para conseguir la relación laboral ideal.

miércoles, 17 de febrero de 2010

La opción de decidir.

El pasado día 11 de Febrero acudí en Valladolid a la "desconferencia" organizada por la Fundación EXECYL y conducida por Prudencio Herrero denominada: "Cómo tomar las mejores decisiones en la Empresa".  Reflexionando estos días sobre la reunión, debo resaltar en primer lugar lo importante que resulta fomentar estos grupos de trabajo en los que se intercambian experiencias, conocimientos y dudas sobre los temas propuestos. Al final, todos resultamos enriquecidos con las aportaciones de los demás y el que haya tan poco apego a participar en ellas me parece una rémora que debemos luchar por vencer entre todos, animando a los indecisos; a los que no se atreven o piensan que van a quedar en ridículo y, especialmente, a quienes piensan que tienen cosas más importantes que hacer en el día a día, que dedicar un rato a pensar e intercambiar.

La sesión se inició con las sugerencias de Tom Davenport que se pueden resumir en:
- Escoge las 10 mejores ideas (o decisiones).
- Extrapola los escenarios posibles.
- Establece las prioridades, en función del comportamiento que provoca la decisión.
- Actúa.

Prudencio lanzó la pregunta de si seríamos capaces de ayudar a otras personas a tomar mejores decisiones empresariales, y yo que soy de natural optimista, me puse en el grupo de los que osamos decir que sí, y que luego tuvimos tanto que sostener las afirmaciones, como pasar al otro lado y hacer de abogados del diablo. Durante la desconferencia, fuimos los propios participantes quienes expusimos nuestras ideas sobre la toma de decisiones y elaboramos una relación de factores a tener en cuenta, que intentaré condensar a partir de mis anotaciones:
- Reconocer y aprovechar la "ventana de decisión"
- Analizar, reflexionar y escuchar mucho.
- Aprovechar la intuición y la experiencia acumuladas.
- Comprender la situación y las consecuencias.
- Primar la rapidez antes que la precipitación.
- Tener en cuenta el conocimiento interno, que suele ser el más valioso.
- Evitar dependencias externas.
- Reinventar los modelos de negocio.
- Considerar la personalidad de la persona que toma la decisión.
- Promover la autoconfianza y minimizar la incertidumbre.

Con estos datos podemos elaborar una sencilla matríz de toma de decisión como la del siguiente ejemplo (obviamente los conceptos pueden ser otros en función del problema):


Este tipo de matrices de decisión puede ser muy útil y de hecho hay muchas teorías, tipos de matrices, pautas e incluso ayudas informáticas que podemos y debemos utilizar cuando estudiamos un problema o hemos de tomar una decisión y que nos facilitan mucho el análisis disponiendo de una metodología que evalúa las alternativas y les asigna diferentes pesos a considerar en la decisión final. Suelen ser muy prácticas, especialmente cuando están en juego consideraciones, repercusiones o comportamientos propios y ajenos que conviene tener en cuenta con cierto detalle. Obviamente, los aspectos cuantificables (presupuestos, recursos, etc.) suelen ser más facilmente ponderables.

Pero, ¿podemos reducir la toma de decisiones (empresariales y personales) al uso de esta matriz -u otras similares-?. Creo que en absoluto debemos hacerlo así. De hecho, durante la sesión esbocé, como un ejemplo, en mis anotaciones un esquema tridimensional más o menos como el siguiente:


Como muy bien se puede extrapolar, la situación puede complicarse enormemente, al igual que algunas decisiones que hemos de tomar teniendo en consideración variables numerosas o factores difícilmente evaluables. Podemos utilizar otras técnicas: proceder por exclusión; por ponderación; por impacto, etc. Al final, con todos los datos sobre la mesa, es la persona quien decide. Como apunté en la reunión, seguramente no pueda decirle qué decisión tomar, pero quizá si pueda ayudarle a cómo hacerlo.

Sin alternativas no hay decisión. Y a veces no somos capaces de elaborar estrategias eficaces para alcanzar los objetivos, ideales o simplemente satisfactorios, por varias razones, entre las que destacaría:
- Las dificultades de obtener y evaluar la información.
- No estructurar correctamente el dilema decisional.
- Las interpretaciones de las alternativas pueden estar distorsionadas.
- Los vínculos cognitivos nos condicionan.
- No dedicar suficiente tiempo de calidad al análisis.
- No hacer un seguimiento de las repercusiones. 

Desde luego una decisión acertada, que produzca los resultados que se desean, no depende en exclusiva de que la decisión se haya tomado correctamente. No toda la información está disponible; la ventana de tiempo para la decisión es limitada o demasiado larga o dificilmente cuantificable; o los efectos de la propia decisión cambian la situación de tal modo que ya no podemos utilizar los mismos elementos de evaluación y análisis. Y estoy dejando deliberadamente a un lado toda la parte de la interpretación estrictamente personal, de la que podríamos hablar durante días.

La pregunta parece obvia: ¿No acertaremos nunca?. Probablemente así sea, ya que no podemos controlarlo todo; tenemos tendencia a ver la botella medio llena o medio vacía, según criterios que en muchas ocasiones no tienen que ver con una evaluación seria; damos demasiada importancia a nuestro propio juicio o no vemos los costes implícitos. Ello nos cuesta noches sin dormir, antes y después, y a veces el sólo hecho de tener que tomar decisiones importantes provoca una angustia insoportable. Al final, quien decide eres tú y tú eres quien se equivoca o acierta. Pero, no lo olvidemos, también eres tú el que tiene la responsabilidad de hacerlo y por tanto, tienes que ser capaz de mantener una estabilidad personal que te permita dormir con calma, incluso ante elecciones arriesgadas.

Mi sugerencia personal es adoptar un punto de vista táctico, antes que uno técnico. Actuar con táctica significa ser capaz de descubrir y ser conscientes de que debemos centrarnos en las pautas generales que nos ha proporcionado el análisis técnico y, por supuesto, nuestra propia interpretación convenientemente balanceada; estar muy atentos y ser lo suficientemente flexibles para mantener una actitud vigilante y adaptable ante los cambios y reacciones no previstas o indeseables. Dedicar tiempo de calidad a pensar, analizar, cotejar e intercambiar ideas es una de las claves de este planteamiento.

Además, la premisa de acierto de una decisión debe tener en cuenta que no acaba una vez la hemos tomado. El proceso sigue y debemos pensar: ¿cómo hago que sea la mejor para mi empresa?, para conseguir que efectivamente así lo sea.

Un par de lecturas al respecto:

sábado, 13 de febrero de 2010

AnalfabeTICsmo.

Hace poco asistí a una conferencia en la que un reputado especialista hizo una disertación realmente interesante. En un momento de la charla, la presentación de Power Point salió por peteneras y pudimos observar que mostraba un nivel de manejo informático que podríamos calificar piadosamente como de absoluta torpeza. Tuvimos ocasión de charlar al final y al preguntarle amablemente al respecto, comentó que la tecnología le había llegado tarde, que en su campo de actividad él sólo había empezado a utilizarla porque era ya imprescindible para manejar la documentación y el correo electrónico y, además, tenía ayudantes jóvenes que le facilitaban su relación con los ordenadores. Eso sí, recientemente había aprendido a hacer presentaciones sencillas con Power Point aunque otra persona le ayudaba con los efectos y detalles finales.

La verdad, me dio que pensar que una persona tan brillante, sin embargo fuese casi un analfabeto tecnológico y me preocupa que esto sea algo bastante común en una porción importante de personas que por su posición, ocupación y nivel cultural deberían haber adquirido, cuando menos, una destreza en el manejo de los ordenadores, Internet o la tecnología más común.

¿Es tan difícil adquirir las -tan aparentemente complicadas- nuevas destrezas que exigen los aparatos tecnológicos?. Mi propio padre, con ochenta años, hace diez que tiene un ordenador y, aunque he tenido que explicarle pacientemente muchas veces algunas funciones sencillas, -muchas de ellas repetidas veces-, poco a poco ha adquirido un manejo más que aceptable, incluso retoca las fotos de la cámara digital con Photoshop. Sin embargo, mi madre creo que no se habrá sentado frente al ordenador más de un par de veces. ¿Porqué algunas personas sí lo hacen y otras no?.

Posiblemente diré una obviedad, pero creo que sólo hay dos razones que separan ambos grupos: motivación y necesidad. Si no existen ambas en una mínima proporción es muy difícil que una persona que no haya tenido contacto previamente, se acerque al mundo de las TICs y ser conscientes de ello puede hacer que consigamos mejorar este acercamiento.

El año pasado tuve oportunidad de participar en la campaña de AETICAL  denominada “Un móvil un amigo a mano”, enseñando a grupos de personas mayores a utilizar el teléfono móvil por toda Segovia. El objetivo de la campaña era lograr que los mayores adquirieran una autonomía suficiente en el manejo del aparato que les permitiera incorporarlo a su vida diaria como un elemento de apoyo en sus relaciones y para su seguridad personal.

Fue emocionante ver cómo, grupo tras grupo, personas con un móvil -que sus hijos les habían regalado por su cumpleaños o dado un terminal ya pasado de moda, “para estar tranquilos”-, que sólo utilizaban para recibir las llamadas de la familia, con dedos torpes, vista precaria e incluso poca habilidad lectora, descubrían cómo hacer una llamada o al enviar durante la clase un mensaje a su hija, sonreían cuando llamaba de inmediato a preguntar: tengo un mensaje, ¿pasa algo mamá?, y contestaban con orgullo "que estoy aprendiendo a poner SMS y te cuelgo hija, que estamos en clase". No pocos me han parado después al cruzarse conmigo por la calle a preguntarme todavía alguna duda o a decirme que llaman o se intercambian mensajes con sus nietos o que ya han metido en la agenda todos los teléfonos de sus amigos.

Puede que muchas de las casi trescientas personas mayores que participaron no sintieran antes la necesidad de un móvil, (quizá la necesidad sea la sensación de tranquilidad para quien se lo regalaron), pero al empezar a comprender su manejo todos descubrieron motivos para utilizarlo y en ese mismo momento surgió la necesidad y la conveniencia de tenerlo y usarlo para llamar a familia y amigos; de llevarlo cuando salen a pasear, o se van a la huerta, al pinar o a echar de comer a los animales, en lugar de dejarlo en casa; y saber cómo llamar al 112, si de pronto el otro se pone enfermo.

Por otro lado, me queda un regusto amargo al ver que personas como la que citaba al comienzo no sean capaces de encontrar motivos para vencer la aprensión de enfrentarse con decisión a sus propios miedos y adentrarse en un mundo lleno de posibilidades. Si algo he aprendido, es que (al igual que a aprender a leer, por ejemplo) cualquiera es capaz de comprender y manejar las TICs, a cualquier edad y en cualquier situación personal, sólo hace falta descubrir cómo la tecnología es capaz de interesarle y motivarle y a través de ello hacer que sienta la necesidad de aprender más y, por supuesto, dedicarle el tiempo y la atención necesaria para que sea capaz de asimilarlo a su propio ritmo, no al de quién le enseña y que ello además, puede enriquecer enormemente su vida.

Hay una frase de Oliver Wendell Holmes que lo describe muy bien: "Los seres humanos no dejan de jugar porque envejezcan, envejecen porque dejan de jugar".