Según el
informe 2009 de la Red de Innovación de CECALE, para más de un 46% de las empresas
el principal problema cara a la innovación, es la necesidad de resolver los problemas habituales. Afortunadamente, cada vez menos empresarios piensan que la innovación sólo tiene que ver con la investigación o la tecnología. La realidad es que
innovar va más allá de fabricar o lanzar nuevos productos o servicios, significa trabajar de manera más inteligente, abordando esos problemas cotidianos de manera más creativa y abierta para concebir nuevas soluciones.
Cualquier empresa que quiera ser competitiva en un entorno tan cambiante y agresivo como el actual, se enfrenta a la necesidad imperiosa de ser innovadora y descubrir y aprovechar cualquier oportunidad para aumentar los ingresos y la rentabilidad de su negocio, cuando no sobrevivir. Adoptar estrategias innovadoras en la empresa significa, en primer lugar,
construir una organización orientada a asumir riesgos, a generar nuevas ideas con espíritu cooperativo, capacidad de análisis crítico, de participación colectiva, de compartir responsabilidades y, por supuesto, voluntad de perseverar.
¿Cómo conseguirlo?. Por fortuna hay algunas pautas que podemos aplicar de manera flexible y adaptable a nuestro caso concreto.
- En primer lugar, debemos estar convencidos de la necesidad de impulsar la innovación desde la dirección de la empresa. El papel de los responsables es determinante para conseguir crear una cultura empresarial innovadora.
- Hacer explicito y poner en marcha el conocimiento y experiencia de la empresa, favoreciendo la figura del “emprendedor/innovador interno”. El conocimiento implícito de las personas y procesos que conforman nuestra organización debe sacarse a la luz de tal manera que lo importante sea potenciar en grupo las fortalezas empresariales, no el organigrama.
- Apostar por el aprendizaje y la formación permanentes. En lugar del desinterés y el escaso apego a la formación, algo que se acentúa en tiempo de crisis al pensar en la formación como un gasto a prescindir, utilicemos la formación –y, por supuesto, las bonificaciones- como una respuesta estratégica para la mejora de las personas que permita a nuestra empresa ganar ventaja frente a la competencia. En realidad, una formación bien definida y adaptada a las necesidades reales de la empresa es una estrategia de ahorro y, al igual que las bombillas de bajo consumo, la inversión se amortiza con creces por el ahorro económico y el retorno cualitativo que produce de modo inmediato.
- Estudiar el entorno para detectar las necesidades y nichos de oportunidad y definir objetivos concretos a corto y medio plazo, pensando en las posibilidades que la empresa tiene de aprovechar las oportunidades, satisfaciendo necesidades o creando nuevos mercados a partir de ellas. Nuestra experiencia e intuición son importantes en la detección y evaluación de las oportunidades, pero nunca debe obviarse un análisis racional para minimizar el riesgo.
- Planificar, formulando diversas estrategias posibles, eligiendo la más adecuada para lograr que se cumpla con efectividad y controlar su eficacia para que se alcancen los objetivos.
- Por último, considerar que una estrategia innovadora no acaba una vez la hemos puesto en marcha. El proceso sigue y debemos pensar: “¿cómo hago que sea la mejor para mi empresa?”, actuando continuamente para conseguir que efectivamente así sea.
Esta entrada se publica como un artículo en el número de Febrero de la revista "Segovia Empresarial"
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Luis Miguel Pascual.