martes, 15 de diciembre de 2009

Canciones para un acuerdo.


Una de mis principales aficiones es leer y aunque confieso que la literatura de ciencia ficción dura es mi debilidad, me gusta leer de todo y las últimas dos semanas he estado -por culpa de Prudencio Herrero-, totalmente enganchado leyendo Las trampas del deseo (Predictable irracional, predictiblemente irracionales, es su título original) de Dan Ariely; tanto que he tenido abandonado el blog. Además de conectar de inmediato porque emplea un estilo informal y divertido, pero totalmente riguroso, al contar sus experiencias, tiene la enorme virtud de hacer fácilmente evidente por qué nos comportamos de determinada manera en situaciones que la lógica, o la emoción, aparentemente dictarían otra cosa.

Y al respecto, me viene a colación algo que vuelve cíclicamente a primer plano de la actualidad, un tema tan peliagudo como la reforma laboral que tiene también una extraña mezcla de lógica y emociones. ¿Qué piden los empresarios?. ¿Qué reclaman los sindicatos y trabajadores?. ¿Cuál es la posición del gobierno?. Independientemente de las reivindicaciones concretas, y aunque a primera vista se tenga la impresión de que las posiciones son tan radicales que parecen irreconciliables, si se analizan teniendo en cuenta algunos de los conceptos que trata Ariely, puede que ello nos ayude a arrojar luz sobre los comportamientos y posiciones de las partes y cómo poder encontrar puntos de acuerdo.

Uno de esos conceptos, tan obvio que casi nunca lo percibimos, es la relación entre las normas sociales y las mercantiles, que Ariely lo explica con ejemplos tan cotidianos como ilustrativos: si tu vecino te pide ayuda para recolocar un sofá en su casa lo harás con sumo gusto (rige la norma social), pero en cambio, si te ofrece un pequeño pago por ello (rige la norma mercantil), te sentirás ofendido o simplemente rechazarás hacerlo, a menos que la cantidad ofrecida sea “mercantilmente justa”, con lo que se convertiría ya en relación mercantil, es decir, en un trabajo.

Si lo traducimos al entorno empresarial, vemos que las empresas quieren cada vez más que sus empleados se “sientan” parte de la empresa, pero contradictoriamente, siguen empleando con ellos relaciones de índole “mercantil”. Desde el punto de vista del trabajador, puede que el dinero o las compensaciones monetarias le motiven de manera inmediata, pero son las consideraciones sociales las que marcan la diferencia a largo plazo. Si ambos parecen desear lo mismo, ¿qué impide el acuerdo?.

En lugar de centrar la atención en los salarios, la jornada, la competitividad, la productividad o el despido, sería mucho más efectivo trabajar de modo conjunto para crear un sentimiento generalizado que promueva el interés en tener un objetivo, una misión y el orgullo y la satisfacción por el hecho de trabajar, sin olvidar, por supuesto, llegar a un buen acuerdo en los aspectos "mercantiles".

Pero no olvidemos que ello costará más trabajo y supondrá implicación para todas las partes. En lugar de utilizar el recurso fácil del recorte de plantilla para solventar las apreturas, el empresario debe buscar fórmulas alternativas que no supongan despidos y los empleados deben esforzarse por participar en la búsqueda de esas alternativas y contribuir de modo proactivo a hacerlas posibles. Pensemos en el ejemplo del sofá y nos daremos cuenta de que la forma más costosa de motivar a las personas es mediante el dinero, puesto que entonces sólo se moverán por él y también en que uno de los efectos perniciosos del dinero es que ahuyenta la relación social. Can´t buy me love, cantaron los Beatles, el dinero no me puede comprar, por que la lealtad es algo que se regala libremente, clama el trabajador. Somebody to love, contestó Queen, ¿puedes encontrarme alguien para amar?, parece cantar el empresario que lucha duramente por levantar su negocio.

Para que esto tenga éxito hay que tener en cuenta que ninguno de los implicados puede jugar con las dos barajas al tiempo. Si las empresas y los empleados quieren beneficiarse mutuamente de las ventajas de establecer un clima de relación social dentro de la empresa, ambas partes tienen que esforzarse seriamente por promover y reforzar estas relaciones, por encima de la relación económica que subyace y en lograr que esta parte se implemente y sea efectiva, el regulador también tiene un papel clave. Estoy seguro de que tener esto muy presente puede cambiar la manera de abordar unos acuerdos sociales tan necesarios como trascendentales.




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Luis Miguel Pascual.